El 20 de octubre de 1998, la fábrica de zapatos Zhiqiang en Harbin, China envió un comunicado de prensa anunciando que estaba cancelando oficialmente la producción de una curiosa variedad de calzado conocido como «zapatos de loto». Este anuncio puede parecer prosaico a los ojos occidentales, pero en cierto modo fue un epitafio simbólico para una extraña costumbre que había estado en práctica en algunas partes de China durante más de mil años: un proceso conocido como vendado de pies.
Hasta mediados del siglo XX, para una niña nacida en el seno una familia acomodada en China era casi seguro que en algún momento de sus primeros años iniciaría un proceso para esculpir sus pies más pequeños y en punta, eran los «pies de loto«. Esta modificación corporal tenía la intención de atraer pretendientes y hacer alarde de un status superior en la sociedad. La cultura en general consideraba estos pies reformados como verdaderas bellezas, y el andar delicado, resultado de la extrema reformación de las extremidades, era visto como algo sumamente atractivo, pero el proceso de transformación de pies de loto era espantoso, problemático, y daba lugar a problemas en los pies durante toda la vida.
Para comenzar el proceso de vendaje de los pies, la vendadora empapaba suavemente los pies de la niña en una solución de sangre animal y hierbas. Sus uñas eran arregladas y cuidadas, y sus pies masajeados a fondo. Una vez que la piel se suavizaba y los músculos se relajaban, la vendadora enroscaba los dedos de los pies de la niña hacia abajo, hacia la planta del pie hasta donde los huesos le permitirán. Luego enroscaba los dedos del pie más allá de lo que los huesos permitirían, rompiendo las falanges de la niña y formando una especie de puño retorcido. No había manera de aliviar el dolor durante este proceso, por lo que se requería que la vendadora hiciera caso omiso a cualquier grito de agonía. A continuación, rompía el arco plantar.
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